La fiebre de Giulia era
cada vez más alta e incontrolable, quién iba a pensar que la maldita peste
negra llegaría a Florencia, de nada importaba la nobleza de su familia, la
peste no discriminaba a nadie, tampoco a Giulia.
-Ya no hay mucho que
pueda hacer- Precisó Alberto, médico de la familia.
La noche calurosa no
ayudaba a que la joven se sintiera mejor, la tos sangrienta desvanecía
lentamente su noble vida que en apenas cinco días convirtió su hermoso cuerpo
en algo irreconocible. Su alma ansiosa suplicaba ser llevada al cielo que tanto
añoraban los cristianos, solo quería descansar.
- ¡Ayúdame Dios, quítame
este sufrimiento y llévame a tu lado! - Sollozó Giulia- en un inentendible
latín que aprendió de pequeña gracias a su padre.
- ¡Mi hija! ¡Por favor
Alberto, no dejes que muera! – Dijo Catalina- su llanto amargo contrastaba con
las esperanzas de que su hija sobreviviera.
Al sexto día cuando
todos pensaron que acababa su agonía, ocurrió lo inesperado, poco a poco Giulia
volvió a ser Giulia, la peste no era el fin, al menos para ella.
-Los milagros existen- Comentaban
las personas en la ciudad luego de que la joven milagrosamente sobreviviera a
la peste- atrás quedó el dolor, ahora podía caminar por los hermosos jardines
de su casa, radiante y sonriente, la misma Giulia que todos conocían. La gente en
Florencia seguía muriendo, pero Giulia representaba una pequeña luz de
esperanza, lo que necesitaban aquellas personas para seguir adelante.
-Amada hija, Giovanni
será un gran esposo, aquel muchacho te ama desde pequeña- Dijo Francesco-
orgulloso mientras entregaba a su hija en matrimonio.
-Padre, este es el día más
feliz de mi vida, agradezco que seas tú quien me entregue a mi amado esposo-
Replicó la joven genuinamente alegre- en aquel momento observó a su alrededor y
divisó a todas las personas que ella amaba, brindaban por su matrimonio mientras
reían, ese breve momento le otorgaba una indescriptible tranquilidad.
¡Matteo! ¡es hora de comer! –
Gritó Giulia a su hijo- Los años habían pasado pero la voz firme y la postura de
su juventud seguían intactas.
Sentados en la mesa Giulia,
Giovanni y Matteo rieron por un momento, se sentía inmensamente feliz, amada,
querida. Era una noche increíblemente calurosa, pero no importaba nada, los
años la hicieron valorar cada instante de su vida.
De pronto, una tos
incontrolable volvió al cuerpo de Giulia – Es el momento- Señaló Alberto- con
una voz suave que anunciaba el final de todo. Había luchado más de lo normal,
pero al sexto día la fiebre era tan alta que la joven deliraba, entre sollozos
inentendibles señalaba a un tal Matteo ¿quién era Matteo?, simplemente la
representación de una vida que nunca ocurrió, se desvanecía nuevamente y la
muerte volvía a tocar su puerta, era el fin de todo, la peste no discriminaba a
nadie, tampoco a Giulia.
Autor: Ricardo Mardones Novoa